La unidad la forjamos nosotros, el Santo Padre la bendice

 La unidad la forjamos nosotros, el Santo Padre la bendice

La patria debe volver a instalarse por sobre las supuestas ideologías. El otro es mi adversario, no mi enemigo.

El problema no está en las ideas sino en sus portadores. Una nación está consolidada cuando su identidad está por encima de los vientos ideológicos de la coyuntura. Rusia y China pasaron por el marxismo. Pasaron. Claro que finalmente terminaron adaptando esa ideología a las necesidades de sus pueblos. Estados Unidos tiene una versión del liberalismo que acompaña su vocación imperial mientras Europa logra una integración que impone lo colectivo a los intereses particulares. El mundo vive su conflicto principal entre las naciones y los dueños del dinero. Las corporaciones con el relato de la globalización pretendieron manejar las regiones a su antojo y fue allí donde chocaron contra la voluntad nacional. Quizás Estados Unidos fue quien primero los conminó a elegir entre patria o negocios y la absoluta mayoría volvió a sus raíces más allá de sus consideraciones sobre Donald Trump. La globalización quiso ser entendida como la disolución de las identidades, el consumidor como único rasgo que definía al ser humano. Descubrimos que el uno por ciento de la humanidad manejaba más riquezas que el resto, algunos desearon ver en esto una virtud, la reacción dejo en claro que las naciones iban a ser siempre más importantes que los negocios. La sociedad de consumo impuso el debate económico por encima de todo otro contenido, los economistas y sus mandantes ocupan el lugar que ayer honraban los filósofos y el dinero se convirtió en el mesías salvador de los ateos. En las patrias, las ideologías y los intereses son dependientes de la conciencia colectiva, esa construcción que permite al hombre integrarse con su geografía y su historia definiendo una manera original de instalarse en lo universal. Y el orgullo de pertenecer, ese amor por su tierra que profesan para nuestra envidia los países hermanos y que nosotros intentamos sustituir por el odio al otro, a esa parte sin la cual ni siquiera podemos sentirnos nación.

La visita del ministro de Economía al Santo Padre terminó siendo un testeo de empleados de intereses extranjeros. Cualquier país se sentiría honrado de compartir su origen con el Papa, y más allá de sus creencias individuales, sus ciudadanos actuarían en consecuencia. El Santo Padre ocupa sin duda el lugar del connacional más encumbrado y recibe a nuestro ministro de Economía al que está en condiciones de ayudar dentro de la desesperación en que habitamos. El ministro es casualmente el más respetado del complicado gobierno que aspira a conducirnos sin demasiado éxito. Las respuestas de algunos empleados bancarios que dicen ocupar el lugar de periodistas fueron patéticas, más cercanas a la imbecilidad que a la expresión del ateísmo. El liberalismo es una religión que enriquece las cuentas a la par que empobrece el espíritu, situación que reflejaron al unísono algunos cerebros limitados. Gritan contra el Papa aspirando a devaluar el gesto, como si el objetivo del ministro no respondiera a una necesidad de la patria. El Santo Padre no apabulla con sus dogmas como la gran mayoría de los empleados mediáticos que lo cuestionan por orden y obediencia a algunos enriquecidos de turno. Prohibido honrar a alguien más importante que los ricos que supimos forjar en las últimas cuatro décadas. Vaciadores de Estados ambicionan dar cátedra de libertades e instituciones cuando ni siquiera permiten expresarse a los que no obedecen sus designios. La iniciativa privada es tan respetable cuando genera riquezas como despreciable cuando se convierte en intermediaria para apropiarse de lo ajeno. Esos personajes que nos vendieron la libre competencia y construyeron sólo monopolios, que viven cuestionando al Estado cuando se enriquecieron al vaciarlo, quieren reducir impuestos cuando jamás se ocuparon en pagarlos; esos nuevos ricos son los impulsores de los dos partidos que nos parasitan. El oficialismo gobernante se imagina de izquierda por apenas haber dado decenas de cargos a veteranos militantes de esas causas, recuerdan a Perón buscando votos y a los revolucionarios desfigurando pasados. Por otro lado, la pretendida derecha conservadora se debate entre quienes respetan las instituciones y quienes sólo las utilizan para defender sus negocios.

“Del laberinto se sale por arriba”, supo decir el Maestro Marechal, debemos promover una síntesis superadora y acordar principios fundacionales. Lo primero y más importante es el gran acuerdo que nos permita compartir un proyecto común. A partir de ese hecho, imponer lo colectivo, lo patriótico, por sobre lo particular y los intereses por más importantes que se consideren. Hay que recordar que no hay nación cuando las partes son más poderosas que el todo. Deberíamos asumirnos como sociedad capitalista, incitando a la producción tanto como limitando la concentración. Prohibir por diez años el nombramiento de todo empleado del Estado en cualquiera de sus versiones. Reclamar una sola reelección en todo cargo, desde las gobernaciones a las universidades pasando por los sindicatos. Ningún cargo permanente expresa democracia. Exigir que todo subsidio se convierta en trabajo, que toda asignación sea ligada a la obligación del esfuerzo. Esa enfermedad que denominamos “grieta” es madre de inexorable decadencia, la unidad nacional lastima intereses corruptos pero es el único camino hacia la recuperación de la esperanza. La política es un arte superior a toda ideología, cada una de nuestras vertientes partidarias es responsable tanto de nuestra construcción como de nuestra decadencia. Llevamos cuatro décadas de empobrecimiento así como son diez mil los desaparecidos. Los números reales imponen un límite a los dogmas, los años al libre mercado y los desaparecidos a la falsificación de la pretendida izquierda. La patria debe volver a instalarse por sobre las supuestas ideologías. El otro es mi adversario, no mi enemigo. Esperamos unidad para recuperar un destino común y proyecto para imponerle un rumbo. Es hora de convertir las acusaciones en propuestas, de imponer la cordura sobre la demencia. Implica un esfuerzo, tan difícil como imprescindible. Iniciemos el camino. En ese reencuentro Su Santidad Francisco podría sernos de gran ayuda. Salir de los pruritos de si el argentino más trascendente es amigo mío o de mi enemigo y ofrecerle acompañarnos en la decisión de renacer. La pandemia nos llevó al más grave de los desafíos, la grandeza debería ser la más lógica de las respuestas. La unidad la forjamos nosotros, el Santo Padre la bendice. Dejemos de odiarnos e irnos del país, amemos nuestra identidad, es hora de hacerlo y de sobra lo merece.

por JULIO BÁRBARO