Es hora de volver a sentir orgullo por nuestra identidad

 Es hora de volver a sentir orgullo por nuestra identidad

El objetivo común es volver al crecimiento, solo posible convocando a un acuerdo que logre un proyecto productivo y de integración social

Mi generación se equivocó dos veces: primero, cuando el general Perón nos ofreció ser sus herederos y se impusieron los que prefirieron la violencia, y luego, con el retorno de la democracia, la Coordinadora radical y la Renovación peronista, mayoritariamente, en lugar de optar por la trascendencia del destino político, se inclinaron por la pequeñez del mundo empresarial. Cuando soñamos la revolución, hubo héroes y en la etapa del pragmatismo, algunos se enriquecieron, pero nunca aportamos estadistas y dejamos una sociedad infinitamente peor que la que recibimos. Nacimos cuando la pobreza rondaba el cinco por ciento y hoy se acerca al cincuenta, eso implica una de las peores decadencias que lastiman a la humanidad.

La última dictadura encontró un país con seis mil millones de deuda y los elevó a cuarenta y ocho mil, siendo su sangrienta represión la peor consecuencia de su atroz autoritarismo, y muchos de los que hoy dan clases de moral no son otra cosa que sus silenciosos herederos. De esa desnudez de sectores del poder capaces de imponer su pensamiento asesinando, de esa atrocidad, nacieron opciones políticas pragmáticas, mayoritariamente decadentes. La democracia retorna débil, surgirá el “operador”, intermediario entre el poder y los negocios, personaje que implica sin duda la derrota del idealismo. Los asesores, consultores y encuestadores ocuparon el lugar de suplentes de las ideas. Somos una sociedad sin rumbo, sin ese mañana y proyecto común que solo pueden devolver aquellos que por talento y vocación entregan sus vidas al más digno de los desafíos que es el de ocuparse del destino colectivo, el lugar de la política.

Recientemente, un grupo reivindica la fundación de “Montoneros” como si las consecuencias no obligaran a forjar una autocrítica y luego, impiden al ejército recordar a sus caídos en democracia, como si con ese gesto intentaran justificar sus ejecuciones. Una ministra equivoca su responsabilidad e impone dureza condenando la reacción frente a la usurpación de tierras sin enfrentar la gravedad del delito y hay quienes imaginan que la ocupación de tierras puede significar la expresión de una necesidad. Mezcla absurda de funcionarios y militantes, el progresismo desnuda la pobreza de sus valores sin tener conciencia de las consecuencias de sus actos. El orden social es un todo, relajarlo suponiendo que cuestionar la propiedad ajena puede resultar irrelevante conlleva la consecuencia de encontrar cuestionado el propio poder. El orden es un sistema, debilitarlo termina siempre afectando al mismo poder que olvida sus obligaciones. La larga cuarentena fue destructiva en lo económico, los números nos dejan en duda acerca de si esa decisión logró su objetivo en la salud de la población. La autoridad debe guardar su lugar de última instancia, apostando siempre a la responsabilidad ciudadana. La cuarentena es una bala de plata, un gesto de tiempo limitado, adelantar su imposición puede hacer declinar su uso en el momento en que más se lo necesite.

Los errores se pagan. Iniciar el gobierno con la reforma de la justicia -no olvido que se privilegió también el tratamiento de la deuda externa- debilitó mucho al Presidente. Los sueños persecutorios de los que viven denunciando enemigos lo fueron aislando, y la crisis de la policía es solo una consecuencia de la acumulación de decisiones que no tuvieron en cuenta la necesidad de convocar a la concordia.

En política internacional, se impone también una reiteración en los fracasos, como si nuestro aislamiento y reincidencia en el error ocupara el recuerdo de un pasado exitoso. Ayer con Malcorra y ahora con Beliz, utopías personales que obligan a desplantes innecesarios de los países hermanos. Estamos aislados en el continente y extraviados con los aliados del mundo. Somos occidente: Europa es demasiado importante en nuestra identidad como para jugar a la indiferencia; China puede ser un socio comercial, pero está lejos de convertirse en un bloque alternativo, y Estados Unidos no es nuestro jefe aunque tampoco, nuestro enemigo. El marxismo fue demasiado evidente en su fracaso como para dejar que influya en nosotros la irracionalidad de sus descendientes.

El gran desafío está en salir de la confrontación. Estamos cerca, la oposición se hizo presente cuando apoyar las instituciones era imprescindible. Necesitamos asumir que no somos enemigos sino adversarios, que cada quien tiene algo para aportar y una autocrítica que imponerse, que el objetivo común es volver al crecimiento, solo posible convocando a un acuerdo que logre un proyecto productivo y de integración social. Por ese camino podremos recuperar la fe en el futuro y comenzar a cicatrizar las heridas y a fomentar la convivencia. Sin duda estamos peor en lo económico, pero más cercanos a un encuentro cuyo resultado marque un giro en nuestra historia. Cada uno aporta aciertos y errores, nadie sobra en la convocatoria al esfuerzo de salida, solo aquellos que se imaginan “salvadores de la patria y denunciantes seriales”. Los demás estamos esperando ser convocados. Es hora de encontrarnos, de aprender a respetarnos y volver a sentir orgullo por nuestra identidad. Nos urge sentirnos parte de un gobierno que contenga nuestras aspiraciones; esperemos que el actual esté dispuesto a contener nuestras inquietudes.

por JULIO BÁRBARO

Politólogo y Escritor. Fue diputado nacional, secretario de Cultura e interventor del Comfer.